Si un país, por poderoso que sea, es capaz de alterar la economía del mundo con una decisión unilateral, inconsulta y equivocada - algo anda muy mal en la Gobernanza del mundo…
Hasta enero de 2025
Los EE.UU. han sido el campeón mundial de la desregulación económica y del comercio abierto desde finales de la 2ª Guerra Mundial. Han sido instrumentales en la reconstrucción de Europa y Japón devastados por dicha guerra. Han liderado un orden mundial racional, liberal y abierto.
Obviamente, ni siquiera ese país es totalmente inocente de haber cometido algún desaguisado proteccionista e iliberal en los 80 años del orden mundial surgido de Bretton Woods[1] y la frecuentemente ineficaz estructura de la ONU.
Con muchas críticas posibles pues, su liderazgo bastante generoso y a veces ingenuo han llevado al mundo a este nuevo período de globalización, proceso que ya había comenzado en épocas más humanas como lo fueron las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX[2].
Mecanismos de gobernanza global – un potpourri
Creo que resultaría útil revisar los grandes mecanismos de gobernanza internacional que existen. Lo haremos en forma de cascada según la efectividad de sus decisiones y el número de participantes.
Empezaremos por el primero en formarse y que es también el más exclusivo. El secretario del Tesoro de los EE.UU. George Schultz en 1973 convocó al primer G7 como una reunión de los ministros de Finanzas de los EE.UU., Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia y Canadá, sus miembros estables junto con la Unión Europea. Sus acciones de coordinación económica entre países desarrollados han ayudado a encauzar no pocas crisis mundiales.
El G 20 reúne jefes de Estado/de Gobierno y presidentes de bancos centrales, que tiene como función discutir sobre políticas para la estabilidad financiera internacional y es el principal espacio de deliberación política y económica del mundo. Desde 1999, está formado por 20 países industrializados y emergentes de todos los continentes: Alemania, Arabia Saudita, Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Corea del Sur, Estados Unidos, Francia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica, Turquía y la Unión Europea. España y la Unión Africana son invitados permanentes en la cumbre. El G20 agrupa a los dos tercios de la población mundial y el 85 % del producto bruto mundial. No es fácil de olvidar su edición de 2018 en que Buenos Aires fue la anfitriona de la reunión y que resultó un gran espaldarazo para la Argentina en ese momento.
Con la membresía más extendida a casi todas las jurisdicciones del mundo, las instituciones surgidas del liderazgo de los EE.UU. al filo de la 2ª Guerra Mundial incluyen el sistema de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial sugieren el máximo nivel de inclusión con la contrapartida de una menor profundidad, menor efectividad y mayor grado de deliberación.
Tres instancias de gobernanza entre las naciones con distinto nivel de inclusión en los que se supone que se supone que se pueden formalizar de manera estructurada e institucional las reglas de convivencia y de decisión a nivel mundial.
Un quiebre
Desde la elección presidencial de 2012, Donald J. Trump ha dominado al Partido Republicano y jugado un rol enorme en la sociedad de los EE.UU. En su primer período presidencial, Trump generó un incipiente grado de malestar fuera de su país con sus actitudes hostiles hacia el Acuerdo de París[3], la Organización Mundial de la Salud[4] y la OTAN[5]. Con el objeto evidente de afectar la efectividad de estas organizaciones a las que ya entonces no quería.
El período presidencial del poco efectivo Joe Biden vio la reversión de esa actitud e incluyó una defensa más enérgica ante la invasión de Ucrania por parte de Rusia, materializada en sanciones políticas y económicas, así como un firme apoyo militar y diplomático al país invadido.
En los pocos meses que han transcurrido de este su segundo mandato, el presidente Trump con razones valederas o no ha retirado a los EE.UU. del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, así como de la OMS y del ya mencionado acuerdo de París. También plantó unilateralmente en el umbral de los europeos la responsabilidad por la integridad y la defensa de Ucrania ante su invasión por Rusia.
Más recientemente, la Administración Trump ha iniciado en forma unilateral una guerra arancelaria muy agresiva pero también zigzagueante no sólo contra China – el percibido rival global de los EE.UU. – sino verdaderamente contra mundum[6]. Con quejas fuertes relativas al abuso de la generosidad de su país por parte de empresas de otros países, Trump ha justificado una verdadera trompada mortal contra el comercio libre internacional afectando a rivales concretos o percibidos (como la Unión Europea) así como a espectadores inocentes (como América Latina) con altísimos aranceles respondidos de la misma por los países afectados. Actuaciones parecidas dispararon la Gran Depresión a partir de 1929.
En un mundo que es cada vez más consciente de que el planeta Tierra es la casa común[7] y que la tecnología nos ha generado una percepción verdadera de aldea global[8], estas decisiones unilaterales, inconsultas y probablemente equivocadas (¿dónde ha estado la deliberación, aunque sea en el seno del sistema político de los EE.UU.) no pueden no afectar adversamente a países y regiones enteras. Los EE.UU. han abandonado su multilateralismo por una ideología MAGA[9] que tiene todo el derecho de desplegar, pero no a costa de ignorar y vulnerar todos los mecanismos formales e informales que han constituido la gobernanza de las relaciones entre las naciones en las últimas décadas.
Volviendo a lo material, la incertidumbre que han generado estas nuevas iniciativas económicas ha provocado pérdidas billonarias en los mercados de activos financieros de todo el mundo. Inversiones, garantías y fondos de pensiones y jubilaciones han sufrido gigantescos quebrantos que costará mucho recuperar. ¿Se tratará de un crack al estilo de 1929 cuyas consecuencias todavía no estamos en condiciones de entrever? Es tremendamente difícil de pronosticar pero se ha creado una angustia y un sufrimiento de corto plazo que no es para nada necesario.
La gobernanza global está en quiebra.
Hacia adelante
La gobernanza global no está funcionando en abril de 2025.
La mesa chica de los países industriales podría seguir marcando el ritmo del mundo a pesar de la declinación de su peso relativo, pero están divididos 6 a 1. Esta división se traslada a la OTAN.
El G 20 podría convertirse en un buen mecanismo de gobernanza ya que incluye países de todos los continentes y países tradicionalmente ricos y nuevas potencias económicas. Pero aquí también la grieta existe, quizás en un 18 a 2 (con Argentina?) o 17 a 3 (y con Rusia?) o 16 a 4 (y con China?).
Las Naciones Unidas están fragmentadas, sus organizaciones constituyentes cooptadas muchas veces por burócratas grises, otras veces por funcionarios con militancia por causas particulares. Contrariamente al espíritu de sus fundadores, difícilmente constituya un núcleo para reconstruir consensos constructivos.
Los EE. UU. tienen todavía la potencia suficiente para defender mayormente las causas de la libertad y la democracia que han sido sus caballitos de batalla en los foros mundiales en los últimos 80 años. Esto requeriría bajar del caballo brioso, dejar el rifle a un costado, sacarse las botas tejanas y volver a la deliberación en los lugares adecuados.
¿Podrá el mundo volver a un consenso de buenos modales y buenos valores? La Historia prueba que a la larga puede ocurrir, pero quizás transcurran una o dos generaciones de liderazgo. ¿Podremos volver a elaborar soluciones superadoras, abandonando bravuconadas y amenazas cruzadas? Esto parece más fácil cuando prime la evidencia de que las relaciones entre naciones son más fructíferas cuando se abandone la mentalidad de negociación comercial pura y dura.
Para no volver a la ley del más fuerte y a la discusión con agresión, deberemos ser capaces de volver a las formas y al respeto mutuo, a la búsqueda de la common wealth (la riqueza común), con unanimidad de aceptación de una sana gobernanza que acompañe la evolución de una sociedad que tiende siempre a ser cada vez más global.