Ya no quedan dudas de que estamos ante tiempos muy novedosos, no sólo en nuestro país sino en todo el mundo. El huracán Trump es muy vistoso en ese sentido: lejos de las acostumbradas cumbres que proponían objetivos de desarrollo para 2040, el nuevo presidente norteamericano quiere cambiar el comercio y la política internacionales en unas pocas semanas. Nuevo sistema de aranceles, nuevas alianzas estratégicas y cambios en las realidades bélicas, todo eso… en unas semanas. Lo que parecía imposible, está sucediendo.
Las alarmas suenan por todas partes, claro está. Sobre todo en los ambientes muy acostumbrados a la diplomacia, como los europeos. Pero el horror, la sensación de que el mundo enloqueció, la fantasía de que esta pesadilla pronto terminará son todas reacciones viscerales, no racionales. Y los directores debemos hacer prevalecer las decisiones racionales, por lo menos en la toma de decisiones de nuestras empresas. Por eso, debemos pensar: 1) qué cambió y ya no volverá a ser igual y 2) hacia dónde vamos, hacia qué rumbo, más allá de los detalles finales que todavía no se pueden vislumbrar del todo nítidamente.
Lo mismo vale en la Argentina. Ha habido un abuso de la crítica institucionalista, cómo destaco en la nota de mi autoría en este número. Sin embargo, no todo lo que no se hace como a mí me parece que se debería hacer es necesariamente anti-institucional. Las reglas institucionales tienen un sentido y debemos juzgarlas por su colaboración en realizar ese sentido. Al contrario, cuando las reglas pierden su sentido final, se tornan vacías y obsoletas y son sacudidas por la realidad. Las reglas no nos deben enceguecer, pues son instrumentos para dotar de sentido las realidades. No valen por sí mismas. ¡Ojo con el vicio del “compliancismo” (si me permiten el neologismo)!
Esto es lo que está sucediendo en muchos aspectos de la gobernanza global. Los organismos internacionales se han transformado, muchas veces, en un conjunto de reglas creciente y autoalimentado, que adquirió una dinámica propia y muchas veces olvidó su sentido de ser. Asistimos hoy, en cierto modo, al desmantelamiento de muchas de estas regulaciones que cobraron vida propia y se reproducían como organismos autónomos. Detrás del dolor de toda destrucción se augura una recuperación del sentido de fondo, y eso es lo que debemos saber percibir y anticipar. Hacia allí nos dirigimos y, tarde o temprano, llegaremos. En vistas de esa nueva realidad es que debemos tomar nuestras decisiones hoy. Como siempre, una difícil pero apasionante tarea.