El avance de las tecnologías emergentes en todos los ámbitos de nuestras vidas supone oportunidades sin precedentes, pero también importantes desafíos a los que vale la pena prestar atención. Entre tecnófilos y tecnófobos, propongo adoptar una posición intermedia, que no piense la transformación tecnológica como algo bueno o malo en sí mismo, ni tampoco como algo neutral. Más bien, considerar a las nuevas tecnologías como una herramienta al servicio del ser humano. Que éstas se conviertan en una amenaza para el mundo o bien una manera de empoderarnos y encontrar soluciones comunes a los grandes problemas que enfrentamos depende de nosotros, de cómo las entendamos y del uso que hagamos de ellas.

Los medios digitales han supuesto el fin de la era del “hombre masa”. El habitante del mundo digitalizado ya no es “nadie” sino “alguien” con un perfil cuyo comportamiento es fácil de predecir, de perfilar y de manipular. Las personas ya no somos espectadoras pasivas, sino emisoras activas, que producimos y consumimos información constantemente. Del mismo modo, el concepto tradicional de ciudadanía se ha visto profundamente alterado, y hoy nos preguntamos qué implica la ciudadanía en la era digital. Ante todo, cabe remarcar que saber usar la tecnología no nos convierte en alfabetos digitales, sino que hay nuevas habilidades que debemos tener presentes y desarrollar la hoy definida como inteligencia digital. Entre estas, hay una que es particularmente importante y es la que se refiere al pensamiento crítico. ¿Qué implica fomentar y profundizar nuestro pensamiento crítico frente a una vida digital sin filtros?

Desarrollar e implementar un pensamiento crítico respecto al uso y a la implementación de las herramientas que ofrece el mundo digital supone, entre otras cosas, reconocer los sesgos a los que estamos expuestos constantemente; aprender a informarnos de la mejor manera para potenciar nuestra toma de decisiones; y entender cómo funciona nuestro pensamiento y cómo éste, en determinados contextos, puede no percibir fácilmente la diferencia entre realidad y ficción. Este último punto es particularmente relevante en los tiempos que corren, con la realidad virtual permeando cada vez más nuestros entornos sociales, a nivel privado, pero también laboral. La mente humana funciona mediante percepciones, las cuales se ven profundamente alteradas en entornos virtuales. Por eso, la realidad virtual supone un gran desafío en términos de nuestra alfabetización digital e informativa, y requiere que trabajemos cada vez más nuestra capacidad para entender el límite entre lo que es real y lo que percibimos como real. Se trata sin lugar a duda de un mundo nuevo para explorar, con consciencia de su potencial, pero también de sus riesgos.

Las tecnologías emergentes ofrecen oportunidades únicas para seguir creando, evolucionando y encontrando soluciones para los principales problemas que aquejan a nuestras sociedades, pero a la vez despiertan grandes dilemas éticos. Estos dilemas están vinculados, entre otras cuestiones, a la privacidad, al control, al perfilamiento, a la manipulación y a la asimetría de conocimiento. Si bien uno podría argumentar que estas cuestiones no son del todo nuevas y que los seres humanos nos hemos ocupado de ellas a lo largo de nuestra historia, las tecnologías digitales han supuesto una amplificación de antiguos dilemas y les han añadido nuevas capas de complejidad. De allí la necesidad de desarrollar nuevas herramientas, tanto a nivel individual como colectivo.

 

La era digital ha implicado el surgimiento de herramientas tecnológicas que superan por mucho la capacidad cognitiva de cualquier ser humano; sin embargo, éstas están muy lejos de ofrecer una alternativa real al liderazgo humano, por ejemplo, en términos de implementación del sentido común o conocimiento tácito. En este contexto, los líderes del futuro deberán desarrollar su capacidad de implementar su pensamiento crítico a la hora de innovar, reconociendo su rol como actores de un ecosistema social mucho más amplio y su responsabilidad en la búsqueda de soluciones a problemas estructurales. Deberán pensar de manera crítica y abierta en la tecnología, no como una herramienta de disgregación sino de empoderamiento y de evolución social. Asimismo, tendrán que potenciar su sentido de propósito, ver las oportunidades, pero también adelantarse a los riesgos. Y fundamentalmente, en un mundo que se verá cada vez más alterado por el avance de las tecnologías emergentes en todos los ámbitos, los líderes del futuro tendrán que esforzarse por no abusar del desconocimiento del otro, sino crear proyectos para el bien común y liderar en la incertidumbre, empoderando a otras personas a través del conocimiento.

María Laura García es socia del IGEP y graduada DEP. Presidenta y fundadora de GlobalNewsGroup. Presidenta del Comité de Negocios del World Innovation and Change Management Institute. Vicepresidenta de Voces Vitales Cono Sur.