…nunca preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.

John Donne

¿Argentina está en crisis? Si, por supuesto. ¿Hace cuanto tiempo? Hay opiniones diversas. Según quién responda dirá que hace cincuenta, setenta o cien años. Ante esto valdría la pena volver a hacerse nuevamente la primera pregunta, Argentina está realmente en crisis? Porque si entendemos que de alguna forma crisis implica cambio, aquí nada parece cambiar. En un permanente ejercicio de gatopardismo Argentina transita hace muchísimo tiempo un proceso constante, coherente e inmutable de decadencia. Argentina no está en crisis, se está muriendo.

A fines del primer semestre de este año alrededor del 47% de la población estaba debajo de la línea de pobreza. Y cerca del 60% de los menores de 18 años también lo estaba. En esto hay sin duda un componente coyuntural surgido de la pandemia. Pero hay un sustrato muy grande, mayoritario, que es estructural y está para quedarse.

¿Cuál es el diagnóstico? ¿Cómo hacer para revertir la situación del paciente? Es complejo, porque hay aspectos socioculturales y macroeconómicos difíciles de revertir. Pero me gustaría enfocar la mirada en un aspecto más micro que a veces pasa desapercibido. ¿Cuál es la situación de las empresas en nuestro país? De acuerdo a estadísticas internacionales, con cifras anteriores a la pandemia, en Argentina hay poca densidad de empresas. Hay alrededor de 15 empresas cada mil habitantes, cuando en Brasil hay 25, en Chile 58 y en Australia 88. Y además hay una muy baja natalidad empresaria. En Argentina nace una empresa formal cada 2.300 habitantes. En el promedio de América Latina nace una empresa cada 500 habitantes, en Brasil cada 350 y en Chile cada 120 habitantes.

Las empresas son la sangre que da vida a la economía de un país. Las empresas son las que generan la riqueza y las que brindan empleo. El progreso se sustenta en la pujanza empresaria. Si las empresas realmente son la sangre que alimenta la vida económica de un país, entonces Argentina tiene el hematocrito bajo. Está gravemente anémica y la pandemia va a empeorar el cuadro. Seguramente todo esto se verá peor en el futuro cercano.

¿Quién será la fuente de generación de empleo? ¿De donde surgirán las oportunidades para el progreso de las personas en esta tierra prometida? ¿Será el Estado? De hecho, sí lo es. Es el empleador casi excluyente en muchas regiones del país. Es el proveedor de sustento económico que, vía subsidios, permite a millones de personas sobrevivir. Esta ha sido la medicina para el enfermo durante décadas, la dosis es cada vez mayor y no conseguimos sacarlo del hospital.

Sin empresas no hay futuro. Necesitamos recrear el tejido empresario, reducir la mortalidad de las células que nos dan vida y promover el nacimiento de sangre nueva. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿Quién podrá salvarnos? Los hombres y mujeres de empresa deben asumir el desafío. No hay nadie más. ¿Qué personaje del ámbito político nos imaginamos que nos va a salvar? ¿Qué Diputado, que Senador, que Juez de la Corte podrá aportar las ideas de cómo generar más y mejores empresas? Pensar, participar, involucrarse son imperativos. Necesitamos encontrar los medios para influir, educar y convencer. Si los hombres y mujeres de empresa no asumimos el protagonismo, el cambio no va a ser. Y un futuro no deseado se nos vendrá encima. A nosotros y a nuestros hijos.

Por eso, no preguntes por quién doblan las campanas.