✔ Aparece una nueva cara – una persona distinta de la que normalmente representa a un depositario de acciones. No muestra ninguna emoción y ejecuta sus pasos con precisión. Imposible saber en qué ciudad está ni de qué nacionalidad es. El Departamento Legal comprobó su identidad y su derecho de voto. Aunque todavía no está el signo rojo del Zoom – no se está grabando - imposible conversar de manera informal.
✔ Se enciende la imagen de un habitué, el representante de la Bolsa. Normalmente alguien con quien cambiar impresiones sobre cómo anda la percepción sobre la empresa en el mercado. Ya estamos muy cerca del horario de arranque, no hay tiempo para nada más que un saludo por el chat privado.
✔ El secretario de la Asamblea presenta al presidente del Directorio, que presidirá (parece un trabalenguas) esta sesión. El saludo a los asistentes parece distante y frío, sin el aporte de un gesto personal. Nunca el guión pareció tan formal y acartonado.
✔ Ya no se puede visualizar a todos los participantes. Al seguir el guión, uno identifica la voz de algún participante nuevo o menos conocido. Mirá...
✔ Cada uno en su lugar, café o agua. El gesto social de ofrecer a sus vecinos, perdido en la virtualidad.
✔ Crece la velocidad con el cansancio y el tedio. Las decisiones son tremendamente importantes. La virtualidad y el guión contribuyen al deja vu interior de cada uno.
✔ El presidente cierra. Con saludos más cálidos o más gélidos, cada uno apaga su pantalla y la reunión se disuelve. No hay after para comentar las pequeñas sorpresas en el voto proxy.
Este artículo es parte del Newsletter N°3 (Junio 2020) del IGEP. Suscríbase ingresando sus datos en http://bit.ly/NovedadesIGEP