A menudo creemos que las problemáticas de nuestra época son únicas. Sin embargo, temas tan actuales como los choques generacionales, las desigualdades socioeconómicas, los conflictos entre pueblos o la calidad de nuestra comunicación, han sido constantes desde que el hombre es hombre. Un poco más acá, basta leer a Mafalda o escuchar al entrañable Tato Bores para darse cuenta de que los años no nos pasan.
Hay un tema, sin embargo, que si bien ya existía, se ha acentuado exponencialmente en estos últimos años. Es la necesidad de la gratificación inmediata.
Cualquiera de nuestros celulares es cientos de miles de veces más poderoso que las computadoras que enviaron el Apolo 11 a la luna. Tenemos en la palma de nuestra mano un enorme poder al que nos hemos acostumbrado. Con un simple clic y sin movernos de donde estamos, podemos desde pedir un helado hasta acceder a una cantidad de información inabarcable. Y obtenerlo ya, con mínima espera.
En el ámbito laboral, este fenómeno está impactando profundamente en el balance entre el corto, mediano y largo plazo. He observado a directores y altos ejecutivos enfocarse excesivamente en el corto plazo, porque la presión de los accionistas para obtener determinados resultados se les hacía insostenible. Entonces, sacrifican buenos negocios en el mediano plazo por un poquito más de resultados en el corto. “Pan para hoy; mañana ya veremos”, parece ser el lema. La capacidad de espera ha quedado en el pasado.
Optimizar un solo elemento de un sistema suele afectar negativamente al conjunto. Por ejemplo, una estrategia financiera “perfecta” que quiera optimizarse sola y sin mirar al costado, posiblemente dañe a otras actividades como la comercial o la logística. Para obtener el mejor rendimiento global, cada componente debe sacrificar un poco de su propio desempeño en pos del todo.
Exactamente lo mismo sucede con el corto, mediano y largo plazo.
El cortoplacismo imperante está afectando a nuestras organizaciones y, dentro de ellas, a nuestro recurso más valioso: nosotros.
Digo esto porque estoy convencido de que el modelo de gestión actual es un fracaso. La necesidad de obtener resultados inmediatos, con poco equilibrio y paciencia, es un factor determinante. ¿Por qué?
• Porque es más fácil hablar que escuchar, ordenar que debatir, y armar un directorio con personas que obedecen a los accionistas, que uno diverso y genuinamente profesional.
• Porque, en el corto plazo, es más barato sobre-exigir a la gente -sin que importe si se queman-, que valorarla y cuidarla.
• Porque es más simple no prestarle atención a la cultura de trabajo. ¿Qué prioridad podría tener frente a temas como la salud financiera, la estrategia de ventas o las nuevas tecnologías? ¿Tan importante es la gente?
• Porque, en definitiva, es más fácil evitar o postergar los problemas que enfrentarlos.
Por supuesto, hay excepciones. Existen empresas excelentes y líderes equilibrados, pero son una minoría. Lo muestro con algunos números:
Gallup señala en su reporte “State of the Global Workplace” que sólo el 23% de los trabajadores a nivel mundial está comprometido con su trabajo. El resto oscila entre los trabajadores pasivos, que básicamente se atienen a lo mínimo necesario, y los que están abiertamente enojados con su empleador. ¿La tendencia? En 10 años el “engagement” subió 10 puntos (de 13 a 23). O sea que, si seguimos así, llegaremos a un nivel del 70% en 47 años. Me compro un banquito, ¿no? O…leo, escribo, hablo, intento concientizar.
Veamos ahora algo de costos, que esto no es filantropía. Personalmente, me parece innecesario demostrar que una persona motivada rinde mucho más, y el costo de mantenerla comprometida es mínimo en comparación con los beneficios. Sin embargo, para quienes no lo ven tan claro, les comento que Gallup señala que el costo de la falta de compromiso a nivel global es us$ 8.9 trillones. No, no le erré. Trillones. Es el 9% del PBI mundial.
El tema es riquísimo y podría seguir por horas, pero por hoy ya es mucho. Me despido con una reflexión.
Cuando digo que mucha gente está quemada, lo digo con conocimiento de causa. Los temas de salud mental crecen exponencialmente. Comienzan pasando lejos, después se acercan, nos rozan, y finalmente nos pegan. Eso sucede cuando el “no me preocupo” pasa a ser un “no nos preocupamos” como sociedad. Yo lo sufrí. Y conozco a gente cercana y querida, con un presente -y futuro- brillantes, que está en ese grupo.
Y duele.
¿Vale la pena hipotecar nuestra motivación y hasta nuestra salud mental por un poco más de dinero en el corto plazo?
Para vivir bien, hay que saber sufrir. No podemos ir esquivando los problemas constantemente. Porque no es posible, y porque negarlo sólo nos lleva a más fracaso, a más miseria y a más dolor. El hoy no debe ir en contra del mañana. Que eso también es sustentabilidad.
Muchas gracias por leerme. Ha sido un real placer escribir para ustedes.