En el convulsionado panorama empresarial argentino, el directorio emerge como una figura más protagónica que nunca. Y no es casualidad, durante los últimos meses se ha visto obligado a asumir un rol mucho más activo y con mirada de corto plazo. Es que la volatilidad económica, la velocidad con la que la digitalización y automatización se manifiesta, y las crecientes demandas sociales han convertido a los integrantes de esta mesa en los pilotos de la tormenta más impredecible.

La Argentina, gravemente herida, cargada de hematomas y moretones, marcas de innumerables crisis y ciclos económicos oscilantes, muestra un escenario desafiante para los directorios, incluso para los más experimentados. La inflación en franco intento de retirada, la incertidumbre cambiaria, la desregulación creciente, los servicios públicos con incrementos incesantes, los empleados que no llegan a fin de mes, y algunos de ellos tal vez sean desvinculados muy pronto. La comunidad, dividida en dos mitades, más necesitada que nunca, muchos aún con fe, pero sin resto.

En este contexto, los directorios y sus directores no pueden ni deben ser meros espectadores de la realidad del país. Porque, a diferencia de otras épocas, el cambio no cesará y, tal vez, será más intenso y veloz. Con solo advertir que la revolución que asoma con la inteligencia artificial será tan inmensa, abierta y abarcativa que difícilmente hoy la podamos comprender.

Y no pueden ser espectadores porque sus decisiones tienen un impacto directo en el tejido económico y social del país. Porque hemos entrado en una dinámica donde el Estado va a ser cada vez más pequeño y permisivo. Dejará hacer más, y habrá que hacer. Pero no hacer de cualquier manera; sino asegurando una buena gobernanza corporativa, que permita fortalecer la confianza de los inversores y fomentar el crecimiento económico.

Los directorios argentinos deben ser capaces de conciliar intereses diversos, desde los accionistas hasta los empleados y la comunidad. Deben anticipar riesgos, construir estrategias sólidas y asegurar la sostenibilidad a largo plazo de sus organizaciones. Deben gestionar la diversidad en el sentido más amplio para hacer frente a los desafíos que vienen. Deben practicar un liderazgo distinto … un liderazgo sin límites.